LLUIS CALVO
El meridiano de París

EDICIONES GODOT

Una línea cruza el océano Ártico, el Atlántico y el mar del Norte hasta que choca con las instalaciones portuarias de Dunkerque: naves desmontadas, líneas férreas y depósitos de hidrocarburos. Dos hombres toman un petit noir en la terraza de Le Malouin, hablan en voz alta y sonríen, ignorando que acaban de convertirse en personajes de una larga ruta. Un fulgor, apenas un flash. Porque acto seguido el trayecto pasa por París hay que hacer una pausa brevísima para echar un vistazo a los libros de la Fischbacher y darse un garbeo por los alrededores del Luxembourg, continúa hacia el Macizo Central y la Auvernia, entre prados y bosques de hayas y robles y abetos, entra en Cataluña por la sierra de Escales y se adentra en el Mediterráneo a la altura del barrio de Ocata, en el Masnou. La N-II, el tren, bañistas, chiringuitos: todo en rden. A partir de aquí, el camino imaginario inicia otro trayecto: Argelia, Mali, Níger, Burkina Faso... y Benín: los árboles de caoba y los cocoteros, las canoas de los pescadores, las motos enloquecidas y el Atelier Nomade de Cotonú. Playas larguísimas, desiertas, con un oleaje traidor y enfurecido. Delante, inabarcable, el agua y el agua del océano. Una cuerda tendida entre continentes que, al llegar a la Antártida, se llena de hielo y se destensa, fatigada, en medio de la remota Tierra de la Reina Maud. Solo la isla noruega de Bouvet, situada a unos sesenta kilómetros al este del meridiano, se interpone en el periplo entre los trópicos y el continente glacial. Fin del viaje. Lluís Calvo

El meridiano de París

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Una línea cruza el océano Ártico, el Atlántico y el mar del Norte hasta que choca con las instalaciones portuarias de Dunkerque: naves desmontadas, líneas férreas y depósitos de hidrocarburos. Dos hombres toman un petit noir en la terraza de Le Malouin, hablan en voz alta y sonríen, ignorando que acaban de convertirse en personajes de una larga ruta. Un fulgor, apenas un flash. Porque acto seguido el trayecto pasa por París hay que hacer una pausa brevísima para echar un vistazo a los libros de la Fischbacher y darse un garbeo por los alrededores del Luxembourg, continúa hacia el Macizo Central y la Auvernia, entre prados y bosques de hayas y robles y abetos, entra en Cataluña por la sierra de Escales y se adentra en el Mediterráneo a la altura del barrio de Ocata, en el Masnou. La N-II, el tren, bañistas, chiringuitos: todo en rden. A partir de aquí, el camino imaginario inicia otro trayecto: Argelia, Mali, Níger, Burkina Faso... y Benín: los árboles de caoba y los cocoteros, las canoas de los pescadores, las motos enloquecidas y el Atelier Nomade de Cotonú. Playas larguísimas, desiertas, con un oleaje traidor y enfurecido. Delante, inabarcable, el agua y el agua del océano. Una cuerda tendida entre continentes que, al llegar a la Antártida, se llena de hielo y se destensa, fatigada, en medio de la remota Tierra de la Reina Maud. Solo la isla noruega de Bouvet, situada a unos sesenta kilómetros al este del meridiano, se interpone en el periplo entre los trópicos y el continente glacial. Fin del viaje. Lluís Calvo